EL CULTO A LA BELLEZA EN VENEZUELA: REINAS, MADRINAS,
NOVIAS Y MISSES
Andrea Polanco, de 9 años,
adoptaba estudiadas poses de modelo. “Enseña los dientes” le recordaba
insistente Isabel, su madre, para que mostrara la sonrisa. Ilusionada, apenas
reflejaba cansancio por la dura sesión de fotografía. Había sido elegida reina
de su escuela y soñaba con ser miss. Lidia Petit, Miss Intercontinental, un
momento antes de cualquier foto, ocultaba su expresión de agotamiento enseñando
los dientes. Lidia, declara que de pequeña “soñaba con ser miss y representar a
su país”. Margarita Díaz había sido elegida este año, por primera vez en la
historia de los concursos de belleza de Venezuela, Reina de la Tercera Edad del
Estado de Vargas. No precisaba forzar la sonrisa, se mostraba divertida y
desenvuelta en la sesión de fotografías. Las reinas de los pueblos del humilde
estado de Apure no pusieron ninguna dificultad a prestarse para posar. En
Venezuela muchas niñas, y sus madres, sueñan con ser misses, al igual que en España
muchos niños, y sus padres, sueñan con ser futbolistas o tenistas. Durante el
carnaval, el disfraz de miss es el más lucido por niñas y adolescentes. Durante
la retrasmisión televisiva de los concursos de belleza, las calles están casi
vacías, como cuando en España se televisan ciertos partidos de fútbol.
El fenómeno de las misses, una
de las señas tópicas de identidad de Venezuela, no es sólo el resultado de una
potente industria de selección y modelación de bellezas. Está industria produce
una extensa cultura popular al tiempo que es así mismo producto de dicha
cultura. El observador extranjero puede advertir que quizás las palabras más
frecuentes en el habla venezolana son “amor” y “belleza”. Ambas palabras se
aplican tanto a personas, como a animales, plantas, paisajes y objetos
inanimados en general. Sabido es que algunos componentes del lenguaje,
especialmente los más reiterados, son algo más que instrumentos de comunicación
general. Suelen también representar valores sociales ampliamente compartidos.
La belleza aparece como característica
necesaria de las mujeres. Lidia Petit, venezolana Miss Intercontinental 2000,
afirma que toda mujer nace hermosa, al tiempo que define la feminidad como algo
innato consistente en ser bella, deseosa de vestir bien, ser coqueta,
arreglarse y ser decente. Características que opone a las también innatas de
masculinidad: cortesía, fuerza, rudeza y dominación, apostillando que “de hecho
los hombres son más masculinos que las mujeres”. La idea de la indiscutible
naturalidad genética de la feminidad y la masculinidad se contiene incluso en
los discursos supuestamente más cultos, como el de Carolina Guarrón, Novia 1998
de la Universidad Central de Venezuela, convencida de que se nace con ello. Lo
cual no es óbice para que al mismo tiempo se reconozca, que las madres educan
desde la más tierna infancia en todas las características antes mencionadas,
acentuando dicha educación a partir de la adolescencia. En esta etapa, las
empiezan a estimular a aparecer ya como mujeres de presencia sexuada preparadas
para entrar en el mercado matrimonial: maquillaje, vestidos ajustados, cortos y
ampliamente escotados.
Tanto en las entrevistas a misses,
reinas y novias, como en discursos mediáticos y las conversaciones comunes se
suele insistir en que “belleza es arreglarse”. Jennifer Soler, Novia 1999 de la
Universidad Central de Venezuela, sostiene que no hay mujer fea sino mal
arreglada. Ella misma, que posee las características ajustadas a los standards
globalizados de belleza física, se pone como ejemplo afirmando que antes no era
bella, pues no se arreglaba. Ahora sí lo es, pues empezó a maquillarse y vestir
mejor a partir de que la animaran a presentarse a la competición de belleza de
la universidad.
La importancia del valor belleza y lo que el sociólogo venezolano Roberto Briceño
califica de “colonización cultural norteamericana”, así como la relevancia que
ha adquirido el fenómeno de las misses, ha llevado a que en casi todos los
ámbitos de la sociedad venezolana se celebren concursos de belleza: escuela,
equipos deportivos, carnavales, fiestas patronales, recolección del algodón,
universidad, agrupaciones militares, etc. Alcanza tanto al ámbito rural como al
urbano, se instituye en los diversos sectores sociales y abarca las diferentes edades,
desde la escuela hasta la tercera edad. Así se cumple con el ritual social de
devoción por la belleza, al tiempo que se representa el homenaje a la
feminidad, que Georg Simmel denomina “sobrevaloración mística de la mujer”, o
lo que el sociólogo norteamericano Vance Packard califica de “compensación simbólica a la
sumisión y la explotación”.
La feminidad y, en este caso, la
belleza, según Simmel no puede ser juzgada por normas propias. En todo caso es
juzgada al mismo tiempo por la apropiación, en el sentido de ser aceptados como
si fueran propios, de los criterios masculinos. Una parte fundamental de
valoración del físico se centra en el pecho, las caderas y los glúteos, como
atávicas referencias reproductoras y quizás porque, como dice Simone de Beauvoir,
“en la civilización más sutilmente sensual, donde intervienen las nociones de
forma y armonía, los senos y las nalgas son objetos de una destacada
preferencia, a causa de su gratuidad, de la contingencia de su lozanía”.
Se podría pensar que la generalización
del cuidado y de la preocupación por la apariencia, así como la proliferación
de reinas, novias y madrinas produce la cantera potencial de la que surge la
miss, como fidedigna representante de las características físicas de la mujer
venezolana. Sin embargo, la altura de las misses debe estar entre 1,72 y 1, 80,
cuando la media de las venezolanas son bastante más bajas. Así mismo las
medidas de las misses deben aproximarse, en poco más o poco menos, al tópico
90-60-90, siendo que la venezolana media suele ser de cadera más amplia.
La discordancia entre las
características medias de la población, y las de las misses que supuestamente
la representa, no es un fenómeno exclusivamente venezolano. Podría afirmarse
que, para cualquier país, la concordancia es pura coincidencia. No se pretende
que las aspirantes sean un reflejo de sus compatriotas, sino que puedan
competir en los diversos concursos internacionales: Miss Universo, Miss Mundo,
Miss Internacional. En consecuencia, los criterios de selección representan un
aspecto de la globalización antes de la globalización. Existen unos standards
de medida y estilo comunes para todos los países. El triunfo, en un concurso
internacional no responde necesariamente a un premio a la belleza media de las
mujeres de aquel país, al igual que las victorias de Induraín no representaban
que la media de los españoles fuera ni siquiera capaz de subir pedaleando una
ligera colina de un kilómetro. El ajuste a los cánones de belleza globalizados
tiene como efecto un alto grado de uniformidad. Por ejemplo, las 40 aspirantes
venezolanas a Miss Mundo 2001, podían reducirse a un máximo de 5 grupos de
mujeres clónicas.
El sistema de elección de las misses
depende en gran parte al papel que tenga en el conjunto de valores y, en consecuencia,
al esfuerzo organizacional y económico que se invierta. En algunos casos, y en
concreto en Venezuela, existe para ello una industria que funciona todo el año.
En el barrio de El Rosal de Caracas se halla la Quinta Esmeralda, factoría de
Miss Venezuela. Dicha organización está ligada a Venevisión, la televisión más
poderosa de Venezuela, perteneciente al grupo Cisneros. Desde ahí Osmael Sousa
maneja los hilos de las sucesivas elecciones de Miss Venezuela, que aspirará a
Miss Universo, así como de los concursos que seleccionan a quienes concursarán
para Miss Mundo y Miss Intercontinental. Las aspirantes pueden representar a
las que han sido elegidas en diferentes estados o ciudades, pero no
necesariamente. Las jóvenes pueden ser reclutadas por ojeadores en los diversos
concursos de reinas, novias o madrinas o en cualquier lugar: la parada del
autobús, la cola del cine, la discoteca, etc. Algunas de estas aparecerán luego
como representantes de alguna localidad, incluso aunque ni sean originarias de dicho
lugar o ni siquiera lo hayan pisado jamás.
“Has de tener la mente abierta
a la cirugía”, le dijeron a la Novia 1998 de la Universidad Central de
Venezuela, cuando le propusieron que se uniera al grupo de las aspirantes. La
actual Miss Venezuela declaró que ella sólo ha sido intervenida de la nariz,
los senos y las caderas. Realmente poca cosa si se piensa que Juliana Borges,
Miss Brasil, ha sufrido 24 operaciones, para “mejorarse un poco” según ella. En
estos tiempos de la producción de masas de la imagen, en Latinoamérica se ha
popularizado la cirugía estética. Se multiplican los centros dedicados a tal
fin y los precios empiezan a ser algo más asequibles a los diversos niveles
sociales. Mientras en los Estados Unidos el 60 % de las intervenciones son de
cirugía reparadora, en Brasil el 60 % van dirigidas a adecuar la imagen a los
cánones dominantes. Los modelos de referencia más seguidos tanto por las
aspirantes a misses, como por muchas de las que acuden al cirujano, son la de
las “Vigilantes de la playa” y las muñecas Barbie. En una entrevista, la
asesora de imagen de las misses venezolanas proponía el modelo Barbie: senos
grandes y nariz pequeña. Este tipo de intervenciones es relevante hasta el
punto que entre las informaciones destacadas en un telenoticias venezolano se informó, con sus
correspondientes imágenes, de una nueva técnica para la modificación de las
nalgas.
Pese a la tendencia creciente a
modificar quirúrgicamente la imagen, su seguimiento no es todavía mayoritario.
Sin embargo sí lo es la utilización del maquillaje. Según un estudio realizado
por una multinacional de la cosmética, las venezolanas son las mujeres que más
consumen los llamados productos de belleza. Se calcula que invierten en dichos
productos una cuarta parte de sus ingresos. En palabras de Simone de Beauvoir
“se pinta la boca, las mejillas para obtener la inmóvil solidez de una máscara;
aprisiona la mirada con una capa espesa de maquillaje y de rimel”. De esta
forma se obedece a la noción común que identifica belleza con el hecho de
arreglarse. Este rutinario ritual no sólo obedece al deseo de sentirse bella,
sino también a la continua afirmación de la identidad femenina. De esta forma,
tal como argumentaba Simmel, “a la mujer no le abandona jamás el sentido más o
menos claro de que es mujer”. A la inevitable constatación biológica mensual,
añaden el activo recordatorio cotidiano. El arreglo matutino se repasa diversas
veces durante el día. En Caracas la mayoría de las mujeres llevan en el bolso
la polvera y el lápiz de labios. Es un hecho habitual que los utilicen en
cualquier lugar: en la calle, en el transporte público, en el trabajo, en
clase, en el restaurante, etc.
Paradójicamente las que suelen poner
mayor énfasis al afirmar que no existen mujeres feas, son las que destacan por
su adecuación a los cánones culturalmente determinados de belleza y extraen
beneficio de ello. En las entrevistas, las misses repiten frases estereotipadas que van desde
afirmar que “todas las mujeres nacen bellas”, o que “cada una puede tener algo
en sí que la haga bella para alguien”, hasta tópicos tales como que “no hay mujer bella sino mal
arreglada” o, parafraseando la canción de la película “La bella y la bestia”,
que “lo importante es la belleza interior”. De esta manera, mediante el discurso
del arreglarse, se obvia la discriminación social que sufren las que no se
ajustan a los cánones tanto en las relaciones sociales y afectivas más
cercanas, como en el ámbito laboral. Acorde con la actual ideología liberal se
exculpa a los factores estructurales y culturales generales, responsabilizando
a las personas de sus situaciones. Lo de
la belleza interior, compartido socialmente como discurso ideal, parece un
mensaje de consuelo para la satisfacción íntima personal, como compensación de
la carencia de valoración y de los privilegios sociales otorgados a la “buena”
apariencia física.
Este culto por la belleza, de la que
son un reflejo mediático los concursos de belleza y el protagonismo social de
las modelos, no es algo exclusivo de la sociedad venezolana o latinoamericana.
Se da, en mayor o menor medida, en todo el mundo occidental. En todo caso,
resulta más visible en Venezuela por ocupar un lugar más relevante en el
sistema de valores hasta el punto de no sólo tener un reflejo en las actitudes
de la población, sino también por constituir, para muchos venezolanos, uno de
los motivos de orgullo nacional. Este país, de momento y quizás por el modelo
de belleza imperante, presenta una proporción de anoréxicas muy inferior a
Europa y la anorexia tiene bastante relación con los ideales de belleza
socialmente impuestos que sancionan negativamente a quienes no se ajustan a los
cánones.
Las misses en Venezuela, no sólo pasan
por la cirugía física, sino también por una especie de cirugía interior. Las
aspirantes, durante un período que puede llegar a ser de cuatro o cinco meses,
son sometidas a diversas técnicas de modelaje. A parte de someterse a dieta,
realizan jornadas intensivas en las cuales pasan por el gimnasio, aprenden
pasarela y buenos modales y sentimientos. Asisten a cursos de retórica, cultura
general e inglés. Obviamente no se pretende que en este breve período adquieran
cultura, sino que la finalidad consiste en estar preparadas para responder a
las preguntas, en general triviales, que les formulan los jurados de los
concursos y los periodistas. El método es similar al practicado por algunas
sectas: memorizar un determinado número de respuestas a las posibles preguntas.
En consecuencia, la mayoría suelen responder con las mismas frases a las
cuestiones que les formulan. Para acabar de adornar su belleza interior,
durante este período algunas realizan alguna breve estancia en algún centro de
asistencia “sensible”. Resulta sorprendente cuantas de ellas dicen haber
trabajado con niños minusválidos, ancianos o enfermos de SIDA. Es decir, su
belleza interior puede ser tan artificial como su cuerpo operado.